miércoles, 30 de junio de 2010

Consejo a los periodistas que quieren ser escritores

Esto le pasó a Mark Twain.

Mark Twain llegó a Nueva York en 1867. Venía de San Francisco. Hasta entonces, se había ganado la vida escribiendo artículos periodísticos en medios locales.
Un amigo suyo le había conseguido una cita con Carleton, un editor. Twain había escrito algunos cuentos que había tenido cierta fama en los “estados atlánticos”, pues en la costa este se había disfrutado con su “La rana saltarina”.
Twain confiesa en su autobiografía que estaba “encantado y emocionado y casi deseando meterme en la aventura si alguna persona industriosa me ahorrase la molestia de recoger y reunir los relatos”.
Se presentó el escritor con su colección de relatos en el despacho del editor, Carleton. Éste se levantó y dijo de forma brusca.
-Bueno, ¿qué puedo hacer por usted?
Twain le recordó la cita. Entonces, Carleton empezó a hncharse e hincharse, y empezó a soltar una lluvia de palabras.
-¡Libros! ¡Mire todas esas estanterías! Cada una de ellas está cargada de libros que están esperando por su publicación. ¿Necesito yo más? Perdóneme, pero no. Buenos días.
Pasaron 21 años hasta que Twain se encontró con Carleton. Fue en Lucerna, en Europa. Carleton se acercó y dijo:
-Yo soy sustancialmente una persona oscura, pero tengo un par de colosales distinciones que me avalan para conseguir la inmortalidad, a saber: rechacé un libro suyo, y por eso estoy aquí arriba sin competidor posible como el asno más grande del siglo XIX.
Para Twain fue “una venganza largo tiempo aplazada”.

domingo, 27 de junio de 2010

Un artículo de opinión sobre Chávez y esa española que conocí

Este artículo me lo publicó La Gaceta el sábado pasado.

HUGO CHÁVEZ Y LA ESPAÑOLA DE ACERO

Dos periodistas italianos, dos franceses y yo estábamos sentados en unas sillas de tijera junto a miembros del gobierno de Chávez, acurrucados bajo una lona que nos protegía del sol tropical. Era un set de televisión improvisado sobre un campo de béisbol, perfecto para escuchar ‘Aló presidente’, el programa dominical de Chávez que, como siempre, duró de la mañana a la tarde.

Chávez destituyó a un director general, habló en inglés en tono de broma, cantó, tocó la guitarra de cuatro cuerdas (el ‘cuatro’), atendió la llamada de un ciudadano, y dio la bienvenida a los periodistas europeos. A todos menos al que venía de España: “La prensa española es la que peor me ha tratado del mundo”. Un periódico español lo había calificado de Bobo Feroz. Eso le puso furioso y yo me tragué su chaparrón ante las cámaras.

Como confort a esa reprimenda, fui el único periodista que bajó hombro con hombro con Chávez por las calles de aquel inmenso barrio de chabolas, el mayor de Caracas. Los padres de familia le llevaban bebés enfermos para que los inmunizara, y los generales de división, con una libreta, tomaban nota del nombre del infeliz y le prometían buscarle un hueco en el hospital. Las jóvenes excitadas le vitoreaban desde los alféizares como si fuera un cantante de rock. Los pobres le aclamaban entre lágrimas como un Mesías. El pueblo le idolatraba. Una tras una, Chávez había ido ganando las elecciones y los referéndums. Tenía todo el poder. Al final del día, Chávez, desde una tribuna en medio de una plaza de aquel barrio, repartió microcréditos para peluqueras, camareros y albañiles, mientras un equipo de oftalmólogos revisaba la vista gratis y repartía gafas a todo el mundo.

Al día siguiente le entrevisté en el Palacio de Miraflores. Todo aquello estaba muy bien, le dije, los microcréditos, las gafas, los hospitales… Pero ¿dónde estaba el gran plan para levantar al país de la miseria económica, el imponente plan de infraestructuras, aquello que daría trabajo y riqueza al pueblo entero? “Tenemos que subir los 8.800 metros del Everest, pero sólo hemos escalado un metro. La cima está bien lejos. Pero estamos subiendo”. Esa fue la metáfora que usó Hugo Chávez cuando lo entrevisté en 2002. Ahora, esa cima está aún más lejos.

Hoy me acuerdo de esa escalada metafórica pero sólo para imaginar que Hugo Chávez se despeñó y, como las grandes cordadas montañeras, ha arrastrado a un país de 27 millones de habitantes al abismo.

Falta luz, agua, café, leche maternal, huevos, carne… El país se hunde. Chávez cree que existe una conspiración de empresarios, y envía a sus malhechores a invadir tierras, nacionalizar embotelladoras y cafeteras, e intervenir mercados. Resultado: no hay ni leche. Y la que hay es en polvo. Importada de Bielorrusia.

Pero, la leche en polvo le importa un pimiento a los muertos, la verdadera industria nacional. Cada año mueren asesinadas 10.000 personas. En Caracas, 50 muertos en el fin de semana es tan habitual que los periódicos ya no les dedican ni breves.

Que quede claro: quienes allá mueren son los pobres, porque los ricos tienen dinero para sufragar barras levadizas, garitos con vigilantes, patrullas con luces direccionales, guachimanes con pistolas, y coches con blindaje. Y si el estúpido ladrón salta esos controles, están las rejas electrizantes, las fauces caninas, las puertas estancas, y por último, el ojo negro de la escopeta recortada, cuyo dueño espera excitado para soltar un trabucazo y gritar “te vas p’al otro mundo”.

Las casas de los pobres tienen puertas que se llaman cortinas, ventanas blindadas por el aire de la noche, y los perros son tan escuálidos que a los matones les dan más pena que los inquilinos. Por eso asesinan a los segundos y dan a los primeros lo que queda en los platos. Siempre es una arepa, una torta de maíz que se rellena con cualquier cosa: antes con pollo y aguacate, ahora con un “maldita seas, Chávez”.

Yo tuve una foto de Chávez pegada a mi despacho porque creí en él. Seguí creyendo en él cuando mi madre, española de acero, amante de Venezuela hasta perder su acento valenciano, más dura que el dolor, esposa de un andino que jamás la tuteó, me dijo cuando iba a mi entrevista con el presidente: “Lástima que no guardo un revólver para que te lo lleves y le eches plomo”.

Dos años después, dos malandros le pusieron un cañón en la aorta, la metieron en su carro americano, la abandonaron por ahí, y se fueron muertos de risa. Los seis hijos dedicamos una oración a los maleantes porque la devolvieron viva, sin auto, pero viva. Y mamá, con su arrechera, seguía maldiciéndoles. La Guerra Civil no le había ablandado la sesera. Esa generación…

Murió hace dos meses. La última vez que la vi estaba enchufada a una máquina de oxígeno y a dos generadores eléctricos porque la ciudad sufría los apagones de Chávez. Le acaricié el palo y me acordé de su cara furiosa cuando yo defendía al presidente-comandante. Y pensé: cuánta razón tenía esta española tan arrecha, carajo.


viernes, 25 de junio de 2010

¿Deben los periodistas aceptar premios?

Empresas, instituciones oficiales o privadas, fundaciones… Estos organismos conceden decenas de premios a los periodistas. De alimentación, de juguetes, de energía, de finanzas. Hay tantos premios que casi todos los periodistas tienen uno en su casa. Pero ¿deben aceptar los periodistas esos premios? ¿Les condiciona su forma de informar?

Ajá.

Cuando fui director de una revista y un periódico, establecí que los periodistas no se podían presentar voluntariamente a ningún premio. Lo hice para evitar que el lector pensara que ese periodista había escrito un artículo para ganar el premio. Ya saben que los premios se dan por un artículo o un reportaje en concreto, y en caso de que el periodista haya presentado el suyo, existe la sospecha (lo sospecha el lector), de que el escritor no ha sido honesto. Alguien puede pensar que ha tratado bien a una empresa o a una institución para ganar el premio.
En realidad, se puede probar que en la mayoría de los casos, presentarse a un premio no significa que ese periodista sea un vendido. Pero como al lector le puede nacer la sospecha, lo mejor es evitar pensamientos pendencieros y recomendar a los periodistas que no se presenten a ningún premio. Desde luego, hay premios jugosos. Pero los periodistas son pagados por sus medios y eso les debería bastar. Si no ganan lo suficiente, que escriban cuentos o novelas, y que las presenten a cualquier premio. Eso es otra cosa.
¿Y qué pasa cuando el periodista no presenta ningún artículo a ningún premio pero es premiado por alguna empresa debido a “su excelente investigación”, “su trayectoria” o lo que fuere?

En ese caso, sí puede ir y recoger el premio. Y el periódico debe informar de que se trata de una iniciativa particular, que el periodista no movió ningún dedo, y por eso se puede hablar de que no va a ser influido por el premio. ¿Y será así?


Imaginemos que la empresa Asfaltos Pérez concede un premio a un periodista por sus informaciones estupendas. Son 50.000 euros. Días antes de recoger el premio, el periodista recibe un sobre cerrado que contiene información sobre Asfaltos Pérez, en la cual se dice que es una empresa que paga comisiones, que ha falseado sus cuentas y más cosas delictivas. ¿Qué hará el periodista?

Existe la duda, claro. Pero mantengo mi opinión de que los periodistas pueden recibir premios a los que no se hayan presentado.

Lo mejor en todos los sentidos sería que los periodistas solo deberían recibir premios de asociaciones de periodistas independientes. Pero que esa asociación o institución no tuviera ninguna relación especial con ningún medio. Me hace gracia que los premios Ortega y Gasset que da El país se concedan a periodistas de El País, y que digan que son premios independientes. Ya sé que también se lo dan a periodistas de otros medios como la Vanguardia, pero ¿se imagina alguien dando un Ortega y Gasset a un periodista de El Mundo por una gran exclusiva?

Bueno, para terminar, en mi carrera periodística he recibido un solo premio y un pregón. El premio era de la Asociación de Jugueteros o algo así y nunca me presenté sino que lo hicieron porque en una época escribí algunos artículos sobre ello. Supongo que me animaban a escribir más de juguetes pero creo que desde entonces, ya no he escrito más de juguetes. Y el pregón fue porque era director de una revista y alguien en el pueblo de Nájera pensó que yo era un tipo importante. Di el pregón, me invitaron a una cena y lo pasé en grande bajo una tormenta terrible.

domingo, 20 de junio de 2010

Wikileaks, la cohorte de periodistas medievales

Un amigo me pasó en las navidades pasadas la web de Wikileaks. Se traduce como Wiki Filtraciones o Wiki Fugas y el éxito de esta web se basa en aceptar documentos, informes, reportajes o noticias de gran interés, pero de difícil publicación. Pueden ser papeles que demuestren la corrupción de unos funcionarios de Zimbaue, o cómo el Ejército de EEUU asesina civiles y periodistas en Irak. Todo vale mientras pueda ser comprobado.

Eso es lo que hacen Julian Assange y un grupo de periodistas medievales. Medievales por su valentía y por meterse en expediciones informativas arriesgadas, como las cruzadas. Aquí publican cosas confidenciales de alto riesgo y de mucho interés. Sus servidores (las computadoras) están repartidas por el mundo y emplean tantas pistas falsas, que es difícil averiguar quiénes son sus informadores.

Este secreto es el que les permite asegurar a sus confidentes que no van a ser perseguidos. Bueno, hasta cierto punto porque hace un par de semanas, un militar estadounidense de 22 años fue detenido por filtrar el polémico video filmado desde helicópteros Apache, donde se ve cómo estas armas de guerra aérea liquidan a varios civiles, entre ellos dos periodistas, al pensar que llevaban lanzamisiles RPG, que no eran otra cosas que teleobjetivos de cámaras de fotos.

De todos modos, creo que Wiki Leaks merece mucho respeto. Primero por su valentía, Y segundo porque en los medios de comunicación occidentales, debido a la crisis, ya ni directores ni periodistas quieren publicar informaciones delicadas que molesten a sus anunciantes.
En cualquier caso, me alegro de que el gobierno de Islandia esté debatiendo una ley por la cual ese país se convertiría en un paraíso informativo, donde se pudieran alojar informaciones delicadas o controvertidas, y ser publicadas sin que ningún gobierno pueda perseguir a periodistas o informadores del mundo. La prensa mundial calificó la aprobación de esta ley como un éxito de Wikileaks. Ahora, la web trata de defender a Manning, el militar encarcelado por filtrar el video de Irak.

Para ver lo último que se ha escrito sobre Wikileaks en español, ha salido esto en elconfidencial.com. No está muy bien escrito porque me parece que el periodista ha sembrado su reportaje de más piedras que metáforas, pero da una idea de Julián y su cohorte de informadores aguerridos.

jueves, 17 de junio de 2010

Las tres palabras que más nos gustan: "Te he leído"

Si todos los economistas escribieran para economistas, todos los científicos para gentes de ciencia y todos los abogados para los jueces, al pueblo llano sólo le quedaría la televisión. Pero es mentira que los economistas, los científicos o los abogados sólo quieran ser leídos por su tropa. Les encantaría recibir halagos (nunca críticas, claro) de superiores e inferiores, de otros departamentos o divisiones, y de sus amigos. “Excelente informe: se entendía todo”. “Me lo he tragado de principio a fin”. “No podía dejar de leer”.

Pero también les gustaría ser leídos por gentes lejanas como veterinarios, arquitectos, policías, peones de carga, autobuseros o pasteleras. “Leí su columna y me gustó”. “¿Es usted el autor de ese análisis? Asombroso”. “Lo entendí de cabo a rabo a pesar de que no soy un experto”.
Por desgracia, cada uno escribe para los suyos y por eso tenemos un país donde el conocimiento, como ciertas aguas, permanece estancado en acequias y se pudre. Hasta que llega alguien que hace el esfuerzo de comunicarse con otras galaxias y descubre que los habitantes de esos planetas se lo agradecen. Abadía con sus parábolas económicas; Hawking con sus misteriosos agujeros negros en el espacio; Sachs con sus cuentos inauditos de enfermedades estrafalarias (medicina)...

“No me interesa ser leído por las masas; sólo por mi jefe o mis colegas”, dice la mayoría. ¿Perdón? No me lo creo. Ni su jefe ni sus colegas aguantan esos informes escritos con frases largas del tamaño de un párrafo; o con archisílabos como “sobredimensionamiento” en lugar de decir “exceso”; con sustantivos fantasmas “territorialidad o deslocalización”; sin verbos de acción, sin metáforas ni símiles (seguramente la forma primigenia de contar eventos), sin ideas claras; sin orden y con exceso de acrónimos (OCDE, FMI, RRHH), cifras, porcentajes, estadísticas; en fin, poco sentido común y ausencia de análisis.

Y encima, con títulos incomprensibles como “La consecución de estrategias plausibles para la optimización de los recursos humanos en un entorno variable de competitividad recurrente” (por cierto, ¿dónde están los verbos en esa frase?).

Creo que a todo el mundo le encanta que le digan "Te he leído". Lo que pasa es que no se han puesto a hacer I+D sobre el arte de escribir. Creen que el I+D es solo para la ciencia. No señor. También sirve para la escritura y este blog es la prueba.