domingo, 3 de noviembre de 2013

Dos formas de comenzar el mismo reportaje: ¿cuál te engancha más? ¿Por qué?


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Atentos a este reportaje sobre Glenn Greenwald.


¿Y si en el origen de uno de los mayores casos mundiales de espionaje no hubiera más que una gran pena de amor? Es muy posible que nadie hubiera oído hablar jamás de Glenn Greenwald, ni del vasto programa de vigilancia electrónica llevado a cabo por Estados Unidos y cuya existencia él reveló, si no hubiera ido a curarse una pena de amor a Brasil.
Al llegar a Río se acercó con su perro (¡hoy tiene 14!) a la mítica playa de Ipanema. “Acababa de romper una relación de 11 años y lo último en lo que pensaba en aquel momento era en conocer a alguien”, recuerda hoy con aire divertido.
Sin embargo, el destino quiso otra cosa. O, mejor dicho, una pelota de voleibol le cambió el destino. Y con el suyo, el de la NSA, la poderosa agencia nacional de seguridad de Estados Unidos, puesto que Greenwald acabaría convirtiéndose en su más feroz enemigo. Pero eso vendría más tarde.
En aquel día de febrero de 2005, Glenn Greenwald cruzó la mirada con la de David Miranda, que se había acercado a recuperar la pelota extraviada y aterrizada a sus pies mientras se tomaba un té helado. Como ocurre en el cine, “el flechazo fue inmediato”. Sin embargo, todo separaba al abogado estadounidense de 38 años y a David, de 20, “un huérfano criado por dos tías alcohólicas en una favela de Rio”, cuenta Gleen Greenwald con un punto de orgullo. (El País, 25 de octubre de 2013, versión traducida del original de Le Monde).

Otro comienzo.
En el medio de una frondosa selva tropical, la banda sonora son grillos, ranas, el viento agitando los bananales y el ladrido desesperado de 10 perros que no paran de juguetear alrededor de sus amos, Glenn Greenwald y su marido, David Miranda. Escogieron un retiro salvaje, aislado pero muy cerca del centro de Río de Janeiro, para compartir su vida y los secretos de Snowden, que circulan entre los numerosos ordenadores que utiliza para ir filtrando las informaciones de la NSA a medios de comunicación de medio mundo. 
El entorno tiene muy poco que ver con el paisaje de Nueva York, donde nació en 1967, o de los suburbios de Florida, donde fue criado en una familia de clase media-baja por un contable y una cajera de restaurantes –sobre todo de un McDonald’s– que se divorciaron cuando él tenía siete años. 
Su abuelo Lewis, que fue concejal de Lauderdale Lakes, fue uno de sus principales referentes para que hoy se haya convertido en un férreo defensor de las libertades civiles, lo que hizo que Snowden se fijara en él para compartir los documentos que comprometerían el espionaje de EEUU en todo el mundo. «Siempre luchó contra los más poderosos, por eso me inspiró». De hecho, no sólo le inspiró, sino que, cuando se jubiló, Lewis quiso que su nieto, de 18 años, ocupara su lugar. Se presentó sin partido y se quedó a las puertas de entrar en el juego político, pero hoy está satisfecho de no haberlo hecho. (El Mundo, 25 de octubre de 2013).
Ambos son buenos comienzos, pero el primero emplea la técnica de la intriga, o el desarrollo en espiral. El lector va descubriendo una verdad escrita con cuentagotas, poco a poco. Y a medida que termina una frase, se pregunta, ¿cómo es eso? Ah, entonces ¿se enamoró de un hombre? ¿Qué le angustiaba?
El segundo texto, sin dejar de ser bueno, no intriga. Parece más bien escrito para una enciclopedia. 




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